
En este mundo, al menos este en el que yo me encuentro, qué difícil resulta vivir de una forma coherente. Y al decir coherente, me refiero a vivir nuestra propia vida, en vez de obrar pensando en el criterio de los demás; coherencia es lo contrario de apariencia. Cuando nos dejamos llevar por esta última, nos vemos arrastrados por un absurdo proceder, donde cobra mayor importancia el pensamiento de los demás que el nuestro propio; dicho de otra forma, vivimos la vida que gusta a otros en vez de la nuestra propia. Tampoco es fácil ponerlo en práctica. La frase tan conocida como famosa: «tanto tienes tanto vales», para colmo, la mayor parte de la gente está de acuerdo con ella. Nos encontramos en un mundo donde la apariencia es lo que predomina, para ser una persona de éxito, lo de fuera cobra más relevancia que lo de dentro, lo que nos lleva a fracasar como personas. ¿Por qué hago esta reflexión? A la hora de llevar a cabo un trabajo, en vez de ejercerlo de forma tranquila, disfrutando de lo que se hace y dando tiempo al tiempo para recoger la recompensa de nuestro esfuerzo, la continua búsqueda del éxito nos hace ser impacientes y, como consecuencia, cometemos errores, además de impedirnos disfrutar de lo que hacemos.
La vida nos ha demostrado que para ser feliz hay que ser humilde, conformándonos con ser uno más, sin pretender sobresalir. Desde el mismo momento que salimos de casa ya buscamos el agasajo, que la gente se fije en nosotros y nos traten, incluso mejor que a los demás. Con este proceder, somos nosotros mismos quienes con nuestra actitud creamos una sociedad con diferentes clases sociales, esas que con el «pico» estamos en total desacuerdo.
También hay otro factor, el miedo, es un obstáculo que dificulta seguir el camino que nos hemos marcado. Nos hacemos a la idea de vivir, más que el día a día, cada momento, sin preocuparnos por el ayer y el mañana; al menos así lo pienso. Sin embargo, no dejamos de ver adversidades que ocurren a otras personas, y esto nos lleva a pensar que también pueden ocurrirnos a nosotros.
Ahora bien, después de hablar de estos dos factores tan antagónicos, el éxito y el miedo, pienso que ha llegado el momento de hacer la conclusión final, y esta, al menos bajo mi punto de vista, como he dicho en un principio, es la coherencia: vivir siendo nosotros mismos, obrando según nuestra conciencia en vez de por las apariencias. Decía León Tolstoi: «La felicidad no está en tener lo que se quiera, sino en querer lo que se tiene», reflexión con la que estoy totalmente de acuerdo. Aun así, hay mucha gente que quisiera vivir en un palacio, tener un cochazo, etc, y si de verdad nos paramos a pensar, ¿eso nos haría más felices que con una casa y un coche normal? Pienso que no, lo que me lleva a reafirmarme en que, la felicidad no se consigue con las cosas de fuera, sino sintiéndonos a gusto por dentro, con una forma de pensar coherente. Hemos de ser fuertes, sin dejarnos arrastrar por el mundo y las modas que tratan de imponernos los poderes económicos, que nos incitan al consumo, haciéndonos creer que el éxito ha de ser el objetivo y, no lo vería mal si no fuera porque identifican el éxito como una necesidad de poder, de dinero, de fama; después nos damos cuenta de que la mayor parte de las personas que lo tienen, su vida es un auténtico desastre. Al final, «será lo que Dios quiera»